7.11.2009

Ignora a tu cuerpo!

El País tiene una cosa que me gusta mucho, y es que de vez en cuando -no sé precisamente que día porque no lo sigo con constancia- introducen una traducción de algunos artículos del The New York Times. Es una forma de enterarse de que cosas ocurren y se discuten al otro lado del Atlántico y también de leer a los columnistas de allí. De hecho, si en el anterior post me declaraba superfan de Yoigo, en este me declaro fan entregada de los columnistas de los diarios, especialmente de el Periódico y de La Vanguardia, así que más que leer noticias políticas, cuando cojo un periódico me leo todo lo encabezado por una fotito y que hable de cualquier cosa, desde alguien que añora unos pasteles de su infancia, alguien que explica que los pañuelos de las musulmanas protege también el cabello del sol en estos meses duros de verano, etc.
En el The New York Times hablaba un columnista que resulta que tiene la bendita y beneficiosa costumbre de salir a correr cada mañana. La columna se titulaba "Escuchar a tu cuerpo". Hablaba de en que momentos hemos de escuchar a nuestro cuerpo o no, cuando nos hemos de alarmar por un pequeño dolor en el brazo, o cuando simplemente hemos de ignorarlo. Este columnista -me sabe mal no recordar su nombre- hablaba de las conversaciones que mantenía con su cuerpo cada mañana antes de salir a correr. Este tema lo trataba a veces con una amiga suya que es maratonista (maratonista?¿?¿) profesional y tiene el récord femenino de la maratón. Evidentemente, asentía que la conversación que mantenía con su cuerpo él no tendrían nada que ver con las de su amiga, que había de convencer a su propio cuerpo para correr más de 40 km de distancia. Yo últimamente hablo con mi cuerpo, cada mañana antes de salir a correr mantenga una breve discusión con mis piernas y mis pulmones. Antes discutíamos mucho, cada vez están más callados. ¿Me habrán cogido miedo? Y si hablan algo en cuanto comienzo a correr se callan y no rechistan. Y cuando paro de correr creo que internamente me dan las gracias. El columnista también ignoraba a su cuerpo cada mañana. :D Y creo que sus piernas también le daban las gracias al acabar.